Autor: MARGARITA LABARCA G.
Pensaba hablar de Andrés Manuel López Obrador, visto desde afuera. Pero en realidad cuando digo visto desde afuera pienso que es visto por chilenos que vivimos la epopeya y la tragedia de Salvador Allende. Será entonces visto desde afuera y visto desde otro lado del tiempo.
Hay diferencias y semejanzas. Las diferencias están en gran parte en el lenguaje, que en esta época nos ha sido impuesto por el adversario. Porque ellos nos derrotaron en el siglo XX, que se terminó en 1989, cuando cayó el muro de Berlín. Pero estamos en el siglo XXI, y las cosas van cambiando, por lo menos en México. Aquí se está produciendo un torrente popular poderoso, creciente y avasallador, que servirá de ejemplo a muchos.
En México la forma es el fondo. Es fundamental el lugar donde vive el Presidente. O en Los Pinos, una finca en medio de la ciudad, un enorme terreno con jardines floridos bellamente arbolados e innumerables y lujosas casas para el presidente, su familia o sus invitados. O se vive en una modesta casa de clase media como lo hace Andrés Manuel. Ahora se han abierto Los Pinos al público y se han convertido en un centro cultural, en el que miles de personas se agolpan para ver con asombro el boato con que vivían los anteriores mandatarios.
Y al igual que Benito Juárez, AMLO no tiene guardia, atraviesa solo la plaza del zócalo, tal como don Benito atravesaba el zócalo de Oaxaca cuando era gobernador de ese Estado. AMLO viaja en aviones de línea en clase turista, ha puesto en venta el avión presidencial que costó millones de dólares. O se mueve en su Volkswagen de hace seis años, se detiene en las fondas del camino y convive con el pueblo que lo quiere y lo apoya. Mantiene un contacto permanente y fructífero, especialmente con campesinos y gente modesta.
López Obrador no usa los términos “izquierda” o “derecha”, pero no es un político indeciso, ni menos de centro. Para nosotros, que lo miramos y lo escuchamos desde un espacio y un tiempo diferentes, este lenguaje resulta muy extraño y muy ajeno. Pero es que está reviviendo el idioma del México del siglo XIX, el lenguaje de Juárez y de los numerosos intelectuales-guerreros que lo acompañaron, gente de origen humilde, como Zaragoza, sastre y dependiente de comercio, Comomfort, oscuro empleado de aduanas, Santos Degollado, contador de la Catedral de Morelia[1], que se convirtieron en brillantes periodistas o poetas y varios de ellos en militares. Es el idioma de las Guerras de Reforma, una etapa delirante y poco conocida de la historia de México.
Andrés Manuel parece que fuera el propio Benito Juárez gobernando. Pero no un Juárez de mármol, no una estatua, sino un Juárez de carne y hueso, un indígena zapoteco que aprendió a hablar castellano y a escribir a los 14 años, un presidente que con un ejército de campesinos analfabetos y mal armados, le ganó la guerra al ejército napoleónico, el mejor del mundo; un hombre que recorrió todo México con los zapatos rotos y que se atrevió a mandar fusilar al emperador Maximiliano de Habsburgo, hermano del emperador Francisco José I de Austria y yerno del rey belga Leopoldo I.
AMLO está reviviendo aquellas épocas gloriosas en que la Patria era lo primero, y que dio origen a la conmovedora frase de Otto René Castillo, que ha inspirado a Paco Ignacio Taibo II para escribir la mejor historia del México del siglo XIX: “Vamos Patria a caminar, yo te acompaño”.
La honrosa medianía está de vuelta, porque los ejemplos hacen escuela, sobre todo cuando se les compara con la corrupción, la desvergüenza, el latrocinio y la apropiación de los bienes públicos, prácticas que implantó el neoliberalismo en México desde hace más de 40 años.
Ahora Andrés Manuel comienza su jornada a las seis de la mañana con una reunión con sus ministros y asesores para atender el problema de la inseguridad, que es uno de los más graves del país. Continúa su jornada con una conferencia de prensa a las siete de la mañana, que se ha dado en llamar “Las mañaneras de AMLO”, con todos los periodistas, y contesta sus preguntas.
Dentro de sus principales políticas están las de rescatar a Pemex y a la Compañía Federal de Electricidad, los dos pilares de la economía mexicana, que estaban siendo destruidos y privatizados por los gobiernos neoliberales para transformar a México en otra factoría del capital internacional.
¿Y con Salvador Allende qué semejanzas tiene? Pues muchísimas, por supuesto. Su amor a la patria, su amor al pueblo, su afán de construir una sociedad mejor, un mundo mejor. Su tenacidad, su coraje para enfrentar la adversidad y a enemigos muy poderosos. Y también su alegría de vivir y su confianza en el futuro. Por lo demás, Andrés Manuel ha dicho que Salvador Allende marcó su vida. Él lo ha inspirado.
El retroceso que ha habido en el mundo no es universal como nos quieren hacer creer. Volvamos la vista hacia México, hacia Portugal, hacia Pablo Iglesias, hacia Jean Luc Mélenchon, hacia Cuba, hacia los Gilets Jaunes y a tantos otros que ni siquiera conocemos.
Y aquí también cabe una frase de Benito Juárez: “Aquel que no espera vencer, ya está vencido”
Y les diremos a los que se creen todavía dueños del mundo o a los que sin serlo, le siguen el amén al loco que por ahora está el volante: “Esto se acaba, señores”, o más bien como ha dicho Andrés Manuel López Obrador “Esto se acabó, señores”. Se acabó la corrupción, se acabó la ostentación, viviremos en la austeridad republicana y si es necesario para salvar al país, en la pobreza franciscana.
Por eso digo que para los chilenos de antes, que lo estamos viendo después de tantos años, es una alegría inesperada cuando ya estamos al final del camino.
MARGARITA LABARCA GODDARD
[1] Guillermo Prieto, citado por Paco Ignacio Taibo II en Patria, tomo I, página 10.
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