Autor: RICARDO CANDIA CARES
De riguroso luto y al borde del llanto, al expresidenta Bachelet le habla en primera persona a Ana González de Recabarren, modesta mujer que durante la dictadura perdió a su marido, a dos de sus hijos y a su nuera embarazada.
En el video que recorre las redes sociales se puede ver a Michelle Bachelet hablándole a la muerta:
“Querida Ana has partido pero seguirás siempre en nuestro corazón y en el de miles de chilenos por tu abnegada lucha por todos nosotros, por los derechos de todos, por la justicia por tu familia. Te queremos mucho“.
Pero se hace tremendamente difícil aceptar como genuinas esas expresiones de pena dichas a una Ana González de Recabarren que ya no puede escuchar, más aún, que jamás las escuchó de la presidenta Bachelet ni de ningún otro presidente de esta terrible y falsa transición democrática.
Mientras Anita vivió y dio su larga lucha por recuperar así fueran restos de sus cinco familiares desaparecidos, jamás tuvo esa muestra de cariño presidencial.
Por eso las palabras de Michelle Bachelet no hacen sino sumar más indignación por lo poco y nada que hizo en sus dos gobiernos por avanzar en verdad, justicia y reparación para casos como el de Ana Recabarren, a la que ahora habla sin pudor alguno.
Señora Bachelet: Ana González ya no la escucha porque está muerta. ¿Por qué no le habló cuando aún vivía?
Fría y distante fue la relación de las agrupaciones de víctimas de la dictadura con la exmandataria. La primera reunió con ellas fue el año 2014.
En ella se le pidió terminar con los beneficios a los criminales, cerrar Punta Peuco, acabar con la ley del secreto por 50 años del Informe Valech, una ley que impulse la degradación de militares involucrados en delitos de lesa humanidad, un proyecto de ley que prohíba la apología de acciones y personas vinculadas en crímenes de lesa humanidad.
Vea en qué quedó todo.
Un año después la exmandataria se reuniría con Carmen Gloria Quintana, víctima sobreviviente de la cobardía de los militares:
“Ella me comunicó que Punta Peuco se va a cerrar en septiembre y que también todas las medidas que yo le pedí, ella las va a hacer llegar como proyecto de ley al Congreso”.
Y vea en que quedó esto otro.
La deuda de la pos dictadura con las víctimas de los atropellos a los derechos humanos de millones de chilenos tiende a establecerse como un baldón eterno que deberá caer sobre quienes pudieron hacer mucho más de lo que no hicieron.
Resulta indignante la burla a la que se ha sometido a los familiares que buscan justicia, verdad y reparación. De la ultraderecha, no se puede esperar absolutamente nada que no sea un sostenido negacionismo, cuando no una justificación de la barbarie argumentando contextos históricos.
La cobardía jamás se podrá explicar.
Pero el retorno de los militares a sus cuarteles abrió cierta expectativa de verdad y justicia, aunque no habría de correr mucho tiempo para que los más pesimistas confirmaran sus peores supuestos.
Acuerdos bajo cuerda, pactos secretos, traiciones y tratativas inmorales, sellaron para los familiares de las víctimas y sus compañeros la opción de llegar a la verdad de lo sucedido.
Ganó lo inmoral del silencio cómplice, la inacción interesada de la muy recién estrenada confraternidad republicana. Se impuso el acomodo. Triunfó la idea del poder compartido como estimulante de la amnesia interesada y canalla.
Todo se fue a la mierda.
Destellando con luz propia la expresidenta vuelve con su carita de oportunidad para decir su palabra interesada cuando ya no sirve. Cuando pudo hacer algo por todas las Ana González de Recabarren que aún lloran a sus desaparecidos, no hizo nada.
Nada.
Son estos los casos cuando el silencio puede llegar a ser una forma de respeto o de vergüenza.
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