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CLASES INTERMEDIAS Y DOMINACIÓN BURGUESA

Autor: MAXIMILIANO RODRÍGUEZ


Desde que la burguesía ascendiera definitivamente a clase dominante, la forma específica que adopta su dominación depende de varios factores a la vez. La lucha que libran los trabajadores contra ella, en primer lugar; las pugnas internas entre sus distintas fracciones, en segundo; y, por último, de la actitud que adopten hacia dicha dominación las clases intermedias (no fundamentales) de la sociedad.


Respecto de este último factor, durante la Revolución francesa fue determinante para sostener sus fases más radicales el papel jugado por artesanos y otras capas urbanas. El campesinado, en tanto, fue un actor crucial para explicar su reflujo y estabilización posterior al terror jacobino, que desembocaría finalmente en la dictadura napoleónica y la restauración monárquica.


En el desarrollo y desenlace de las revoluciones liberales del siglo XIX, el campesinado volvería a jugar un papel central. La cuestión agraria y el aburguesamiento de la nobleza feudal fueron las bases sociales sobre las que la burguesía alemana finalmente pactó la forma monárquica de su dominación; en tanto que en Francia –como bien lo atestiguó Marx en El 18 Brumario–, el apoyo del campesinado fue decisivo para la caída de la república y el ascenso del bonapartismo.


En el siglo XX, el fascismo se alzó en Italia y Alemania sobre un movimiento de masas de una pequeña burguesía desesperada para reorganizar todo el aparato de Estado, establecer la dominación del gran capital y aplastar a la clase obrera.


Estas son algunas ilustraciones históricas de la importancia de las clases intermedias en los cambios que experimenta la forma en que la burguesía domina sobre el conjunto de las sociedades contemporáneas.


Lo anterior, sin embargo, resulta útil para establecer un marco de análisis sobre el cual formular una serie de hipótesis sobre el actual momento político por el que atraviesa el capitalismo chileno.


En efecto, lo que en el último tiempo ha venido a denominarse como movimientos sociales no son sino, en gran medida, movimientos de ciertas fracciones de las clases medias.


Entre los más importantes destaca, en primer lugar, el movimiento estudiantil, que con su base en el estudiantado universitario levantó la demanda de educación gratuita, pública y de calidad. El segundo, surgido también al calor de las aulas universitarias, es el movimiento feminista. Sin embargo, así como terminó por superar el ámbito estrictamente estudiantil universitario del primero, resulta ser también mucho más difuso en cuanto a reivindicaciones e instituciones que interpela.


No obstante sus diferencias, ambos han dado un salto a la esfera institucional-estatal como forma de darle expresión política a sus demandas. El primero cuajó en una serie de partidos (Revolución Democrática, Convergencia Social y Comunes) que dieron vida al Frente Amplio, obteniendo representación parlamentaria en las elecciones de 2017; en tanto que, con una serie de candidaturas para la próxima Convención Constitucional, el segundo está en vías de hacerlo a través de la Coordinadora Feminista 8M.


Por su posición social en las sociedades capitalistas desarrolladas -y Chile es una de ellas–, las clases medias se constituyen la base de apoyo y piedra angular de la institucionalidad demo-liberal. Así como en lo económico encarnan una mezcla de mano de obra calificada y funciones del capital (mando, control, diseño estratégico); en el ámbito político representan -aun más que la pequeña burguesía– al ciudadano modelo: informado, opinante, biempensante, preocupado por los temas de interés público, etc. Su cercanía con los aparatos ideológicos (escuelas, universidades, centros de pensamiento e investigación, medios de comunicación) refuerza aún más este rol. De ellas se nutren la burocracia público y privada, los cuadros dirigentes capitalistas y, finamente, la clase dirigente estatal.


En el caso chileno, esta base de apoyo de la dominación burguesa se ha desgastado significativamente en el último tiempo. Su recomposición, y el arreglo institucional que lo sancionará, es lo que está en juego en el actual período.


La contrarrevolución del 73’ instaló la dictadura abierta del gran capital, que rompió las alianzas de clases que se habían construido durante la fase desarrollista. Si bien dicha salida fue la reacción necesaria para aplastar definitivamente al movimiento de masas de la clase trabajadora, la consecuencia fue que la dominación del gran capital quedó sin contrapeso. El período transicional subsanó parcialmente esta situación, abriendo el juego político a los diferentes partidos burgueses e incorporando nuevos actores sociales (burocracia sindical, por ejemplo) al tinglado del poder.


Sin embargo, la base social entre las clases medias se construyó más por el apoyo concitado entre estas por el éxito económico de los 90’ y la ilusión ideológica de progreso que por una verdadera alianza con el gran capital.


Si algo ha quedado de manifiesto en la actual crisis es la inefectividad de la política social neoliberal, basada en la focalización del gasto y la mantención de los equilibrios macroeconómicos. En efecto, la sostenida reducción de la tasa de pobreza en las últimas décadas conspira contra este tipo de política social en escenarios tan dramáticos como el abierto por la pandemia; volviendo mucho más populares, especialmente entre las clases medias, a los retiros de los fondos previsionales. Esto es lo que finalmente está detrás del éxito de las iniciativas promovidas por la diputada Pamela Jiles.


Poco a poco comienzan a avizorarse las posibles formas que esta alianza tomará. Las ideas de una renta básica universal o las de una reingeniería del sistema tributario para financiar un aumento permanente del gasto fiscal, entre otras, apuntan hacia el establecimiento de un nuevo Estado de bienestar, que abarque a sectores sociales más amplios (trabajadores incluidos). Habrá que ver cómo estos elementos van tomando cuerpo en la nueva Constitución.


Por último, esta alianza deberá complementar el cambio de fracción hegemónica al interior del bloque en el poder, desde la burguesía rentista-exportadora hacia una orientada al mercado interno y la exportación de capitales a la región.





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