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CUATRO MARINOS ASESINAN A UN INDIGENTE INVÁLIDO: UN PAÍS ENFERMO DE DICTADURA


Autor: RICARDO CANDIA CARES


Habrá dado la vuelta al mundo la cobarde agresión de cuatro marinos chilenos que asesinaron a un indigente inválido.

Lo que se intenta pasar como un desatino de cuatro miembros de la Armada chilena tiene mucho que decir acerca de la formación moral de esos miembros de la marina, quienes iban a desfilar el pasado 21 de mayo, día en que se celebra la mayor hazaña guerrera de esa arma de la defensa nacional.

Dijeron los periodistas y los jefes de estos criminales: Tres exmarinos asesinaron a un hombre, intentando lo que hacen a diario: tergiversar las cosas por cobardía, por interés, porque así fueron formados. Cuando mataron cobardemente eran marinos.

¿Es un hecho aislado?

A juzgar por lo que sale en las noticias no. Hace rato que uniformados aparecen envueltos en hechos delictuales que han ido desde simples robos en tiendas, hasta asesinatos pasando por tráfico de armas y drogas, hasta los desfalcos que altos mandos uniformas han perpetrado a sus instituciones por montos que superan la capacidad de escribirlos correctamente

Estas conductas tienen directa relación con la cultura en la que se forman los soldados chilenos, del arma que sea, para quienes la crueldad y la brutalidad forman parte del valer militar. Esa cultura del desfalco y arreglín que durante la dictadura de Pinochet fue pan de cada día, partiendo por el mismo dictador.

Llegados a este punto, en que cuatro soldados formados por el Estado chileno asesinan a sangre fría, con alevosía, en banda, en descampado y actuando sobreseguro a una persona a la que le falta una pierna, necesariamente hay que hacer la vinculación con la cultura de la muerte que instaló la dictadura y que jamás se ha intentado remover de las fuerzas armadas.

La cobardía de todos los gobiernos que ha habido luego del retiro de los militares a su cuarteles ha venido pasando la cuenta con pasmosa y porfiada recurrencia.

Esa doctrina de justicia en la medida de lo posible estampada a fuego en la historia por el presidente Aylwin, trae sus ecos funestos hasta la hora actual.

De ahí en más no solo no se investigó con la prolijidad que las víctimas y todo el país merecía, sino que se alentó por medio de la impunidad más perfecta, la existencia y reproducción de una cultura de la muerte y el delito de la que aún los cuarteles no se sacuden.

Y no hay visos de que así sea.

Los sucesos a propósito del reventón de octubre en que militares golpearon, dispararon, castigaron sin ninguna justificación ni legal ni moral, además del reguero de muertos, mutilados y torturados que dejó Carabineros, dicen mucho respecto de que estos infames delitos no son hechos aislados.

Se intentará aislar este asesinato vil y cobarde de un inválido indigente como un accidente que puede pasarle a cualquiera.

Pero en su origen más anidado lo que anda es un clasismo que considera seres inferiores a todo el que no sea como ellos. Sin derechos ni valía. Ese desprecio por los pobres que la cultura de la dictadura transfirió a esta extraña democracia en la que casi nada es democrático.

¿Cómo es posible que personas cuya formación como defensores de la patria se supone de un alto valer moral puedan llegar a tal extremo de crueldad y cobardía?

Hay algo detrás de la maraña gris que cubre los cuarteles que ningún político ha osado siquiera a denunciar.

Chile es un país enfermo de dictadura. Solo así se entiende que la formación militar no pueda, o no quiera, apuntar a la formación de soldados para quienes el respeto al otro y su protección sea su única motivación.




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