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EL NEOLIBERALISMO QUE MATASTEIS...

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Autor: RICARDO CANDIA CARES

El fracaso del modelo educacional que instaló la dictadura, perfeccionado y ampliado por la Concertación/Nueva Mayoría y confirmado por la inoperancia del gobierno actual, queda de manifiesto en cada niño en edad escolar que muere asaltando a un prójimo, o en alguna riña por quítame allá esas pajas.

Debiendo estar en clases. Hace algunos años, niños de esa edad caían presos luchando por una educación pública, democrática, por el fin al lucro o por el pasaje escolar.

Algunos creen que, instalando mecanismos propios de las cárceles, la violencia que es propia de este tipo de cultura, se va a desvanecer por arte de birlibirloque.

Pero respecto de los portales detectores en las escuelas hay que decir que no ha sido sino una respuesta pavloviana al regaño ultraderechista. No es posible relacionar en ninguna parte del mundo que este tipo de controles sirva de algo más que como negocio para sus importadores.

De lo contrario, sería fácil.

El ministro de Educación se pregunta: ¿Qué hemos hecho para formar a nuestros estudiantes? La respuestas es tan breve cuanto desgarradora y desvela a quienes iban a llegar al gobierno para terminar con el neoliberalismo en educación: nada.

Y, si se quiere, menos que nada porque se ha retrocedido en una de las variables en que, precisamente, la educación formal, es decir, la escuela, se supone que es capaz de colaborar con el conjunto del Estado en un rol de contención civilizatorio en dirección, al menos, de convencer a los niños de que salir a matar es algo malo.

No hay asalto violento, desalmado y cruel, en que no haya al menos un niño de catorce años que sale a la aventura que lo validara ante sus pares, más aún si el botín es un trofeo digno de ser mostrado, cuyo propósito ultimo para el adolescente asesino es ser.

Se validado, reconocido, valorado, respetado, admirado, adulado.

Entonces vienen los responsables de todo esto a proponer soluciones que tienen que ver con metros cuadrados de cárceles, cantidades de policías, detectores de armas y años de penas a cumplir, sin ver lo obvio: se fijan en el resultado y obvian, si acaso exprofeso, el origen de esa y toda violencia: la agudización y profundización del modelo neoliberal: menos políticas sociales, menos Estado, menos solidaridad, menos organización social y menos escuelas y cultura para las poblaciones pobres.

Si el capitalismo es necesariamente violento, el neoliberalismo le agrega a esa violencia la dejadez del Estado contraído a un par de agencias cooptadas por la corrupción, y, por lo tanto, el campo abierto a toda forma de delincuencia que vive y se reproduce en esa sopa en que al sálvate solo, se le suma el defiéndete solo.

¿Cuánto falta para el colapso definitivo?

No se sabe muy bien cuál es el refugio para el pueblo honrado que vive amenazado por las deudas, una manera sutil de violencia sistémica, la ausencia del Estado, la represión que sí funciona cuando es un trabajador el que reclama, la delincuencia que goza de notable cobertura mediática y de sospechosa prognosis penal la que se carga sospechosamente en contra de respondones, rojos e indios y todo esto en medio de la mayor epidemia de corrupción concebible antes del desfonde definitivo.

Hace mucho, tanto que ya es un recuerdo brumoso, los partidos obreros y sus aguerridos militantes fueron verdaderas contenciones para las lacras sociales mediante su obstinación por la organización de la gallá y su pasión por la pelea por mejores condiciones de vida de los más pobres.

Y en ese cielo oscuro, destella la brutalidad política e irresponsabilidad histórica de aquellos que creen que con máquinas detectoras de metales se puede contribuir a evitar un daño que ya va en la mitocondria.

Para los ignaros que no son capaces de ver el bosque aferrados al arbolito que le rinde réditos en constante y sonante, el caso de los niños delinquiendo responde no más a que hay mayores que los embullan para evitar penas propias de adultos. Es decir, esos muchachos no toman sus propias decisiones, sino que hay mayores de edad que lo hacen con fines estrictamente procesales.

El presidente Gabriel Boric en algunos de sus viajes al exterior se ha referido al neoliberalismo con una carga de crítica que busca la simpatía de ciertos dignatarios. Curiosamente, en Chile no lo hace.

Es responsable preguntarse si sabe de qué habla.

¿Será una moda pasajera que se quita imponiendo otra?

Recordemos: el 18 de julio de 2021, cuando derrotó al candidato y por entonces alcalde de Recoleta, Daniel Jadue, el entonces diputado Gabriel Boric dijo, con todas sus letras: “si Chile fue la cuna del neoliberalismo, también será su tumba”.

Restaría informar al entonces optimista candidato que una muestra notable de ese neoliberalismo que se ofreció para sepultar se expresa en cada niño que las familias, la escuela, las instituciones estatales y las leyes pierden para ser asesinados o para asesinar.

Chile ha sido tumba para esos jóvenes y para las esperanzas de todo el resto del censo.

El neoliberalismo, precisamente por la intercesión activa y entusiasta de su sepulturero, goza de envidiable salud.



 
 
 

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