LOS ETERNOS OLVIDADOS
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Autor: HUGO ALCAYA BRISSO
La llegada del invierno está asociada a las difíciles condiciones de vida de las clases populares olvidadas, indefensas y desprotegidas, que hacen malabares para sobrevivir, cuya crítica situación se agudiza en esta época del año y que ahora tienen por delante semanas y meses de lluvia y de frío que muchas veces traen lamentables consecuencias.
Afrontan la estación más cruda carentes de un necesario sistema integral de protección social que el Estado ha sido incapaz de otorgarles y sin que el gobierno de turno ni la casta política tradicional exprese al menos la intención de socorrerlos o ir en su ayuda más inmediata.
Aparte de los miles de damnificados por los temporales del sur y por el mega incendio de Viña del Mar y Quilpué el año pasado – se suman los afectados por los sucesivos sistemas frontales del presente mes – hay mucha gente sin casa y sin trabajo que se las arregla como puede porque ha sido borrada del mapa por la sociedad neoliberal y excluida del modelo de desigualdades.
El olvido del pueblo invisibilizado llega a tal punto que el presidente de la República lo omitió en su última cuenta pública ante el Congreso Nacional. No mencionó siquiera una vez a los 500 mil hombres y mujeres que habitan contra su voluntad en campamentos de tránsito ni a los dos millones de compatriotas que forzosamente, porque no hay otra alternativa, deben ejercer el comercio ambulante para poder subsistir.
Claramente el mundo popular sin el poder adquisitivo de que disponen algunos se encuentra lejos del bienestar y la comodidad de que disfrutan otros. Sin embargo, lo que molesta con mayor persistencia es la falta de solidaridad de los dueños del dinero, que no solo lo ignoran, sino que muchas veces lo acosan y lo persiguen con odiosidad.
En el país hay en estos días 120.584 familias en campamentos de tránsito, según una actualización del catastro de la entidad Techo Chile. Ello representa un aumento de 10,6% respecto a la anterior medición y equivale a la incorporación de 6 mil familias a esos lugares en los últimos dos años.
A nivel nacional se evidenció la existencia de 1.428 campamentos, principalmente por la negativa de muchos de vivir como allegados. Los arriendos están muy caros y los ingresos son insuficientes, dicen los afectados que sobreviven en medio del hacinamiento y la falta de servicios vitales. Sobresale la presencia de un elevado número de niños y adolescentes, y de adultos mayores.
Las tomas de terrenos ajenos para instalar allí precarios rucos es la más desolada expresión del modelo neoliberal, distante de las necesidades de las mayorías. Los que viven en la abundancia se desentienden de las urgencias del pueblo, hacen lo posible por no verlas y nunca las han tomado en cuenta.
Hay también una fuerte responsabilidad de los gobiernos de turno. Se advierte una irritante lentitud en la construcción de las viviendas que faltan, no menos de medio millón a nivel nacional. Los campamentos son un emblema del desinterés de las elites por los pobres: no sólo no disminuyen, sino que van en aumento.
No mejor es el panorama de las legiones de hombres y mujeres que, no por gusto, tienen que ejercer el comercio ambulante a falta de otra alternativa. La generación de puestos de trabajo estable no es una prioridad actualmente en el país. Vender en la calle es ilegal, ilícito e informal, pero aparte del delito a gran cantidad de cesantes.
En el último trimestre la cesantía -oficial- se empinó a un 8,8% y ciertamente el desempleo de larga duración sube más que los nuevos puestos de trabajo. La emergencia laboral se prolonga en Chile y se sabe que se extiende a personas con educación superior completa. El número de desocupados que llevan buscando empleos un año o más supera los 150 mil.
Ello ocurre en momentos de crisis económica, cuando la inflación sigue muy arriba y los salarios continúan siendo insuficientes. Un 77% de los chilenos dicen que sus salarios les alcanzan para dos semanas, y con suerte para tres. Los “expertos” no perciben este drama y sostienen la conveniencia de las políticas mercantiles.
El neoliberalismo ignora a la gente desposeída y no crea empleos. En cambio, genera rechazo y persecución enconada hacia los ambulantes. Lo hace a través de carabineros que cada día decomisan grandes cantidades de mercaderías y de las alcaldías que con frecuencia dictan ordenanzas municipales en favor del comercio establecido que reclama por la competencia.
Es cierto que entre los vendedores ambulantes suelen infiltrarse delincuentes, pero estos son una pequeña minoría. No son todos como lo quieren presentar quienes opinan con segundas intenciones. En su mayor parte los que ejercen este esforzado oficio lo hacen con honestidad.
Las clases populares no hacen turismo de invierno, no van a los casinos tragamonedas ni tampoco a los sectores donde puedan jugar con la nieve. Permanecen en sus lugares de siempre, como los campamentos que se llueven en todas partes y en la calle, a la intemperie tratando de vender sus mercancías bajo la lluvia y el viento juntando monedas para poder sobrevivir, calladamente, sin bulla, con decencia y dignidad, en medio de esta sociedad conservadora en que predominan la desigualdad y la falta de oportunidades.
Hugo Alcayaga Brisso
Valparaíso

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