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RESENTIDA CONTRIBUCIÓN AL ODIO MÁS FECUNDO

Autor: RICARDO CANDIA CARES

Para que seamos claros: la esperanza de la gente víctima de la cultura dominante es otra de las grandes heridas que quedaron abiertas luego de los sucesos que comenzaron en octubre, hace cinco años.

Los sueños de la gente fueron tocados de muerte por la traición de aquellos que sin mérito ni credencial se autoerigieron cómo los representantes de ese octubre de mito.

Sin ir más lejos ¿Quién le dio valía a Gabriel Boric para sentarse en esa mesa de traición sino su propia medianía y escaso valor, su miopía y corto sentido de lo político?

Se agrega así el drama de lo colectivo, el de todo un pueblo que creyó, al de las personas que fueron víctimas de la cobarde reacción policial y que aún no reciben sus necesarias cuotas de verdad, justicia y reparación.

Y sitio histórico.

Lo sucedido en ese octubre puede entenderse como una respuesta airada a las condiciones objetivas de desencanto, descomposición del sistema institucional, corrupción generalizada y profundas injusticias y diferencias sociales.

Agregue usted la incapacidad de quienes hacen gárgaras con eso de representar al pueblo no solo para advertir lo que vino, sino para haber sido capaces de buscar las articulaciones necesarias para definir un camino y cruzarse al arreglín en que terminó todo.

¿Alguien recuerda que en los pasillos de ese 15 noviembre de traiciones pulularon dirigentes sociales de los que nunca se supo a título de qué estuvieron ahí?

De un esfuerzo que hubiese descartado el descomunal arreglín o, por lo menos, para que no les hubiese salido tan barato, jamás se supo.

Por eso es necesario apuntar a la izquierda si se trata de buscar los orígenes profundos de los sucesos y su derrotero posterior. De la sensación de derrota y de fracaso. La derecha y sus adláteres hicieron lo suyo y les salió bien. Fueron otros los que no hicieron la pega a la que están obligados por principios, filosofías, declaraciones, programas y discursos.

Así, mientras no tengamos a mano una autocrítica que remueva hasta las montañas, la versión del estallido social de la ultraderecha y sus aliados de la izquierda neoliberalizada, seguirá imponiéndose. Como lo del safari y el león, que al no saber leer ni escribir, debe conformarse con la versión del cazador.

Por ahí no es.

Hablamos de una autocrítica que no flagele ni invoque haraquiris sin sentido, pero que diga las cosas como son: así como se ha venido haciendo una tibia e inocente oposición a la cultura neoliberal que manda en todos los entresijos de la sociedad, tampoco es.

Con las organizaciones amaestradas y expertas en organizar eventos musicales en las calles a los que llama equivocadamente movilización, no es.

Con dirigentes achanchados que cobran jugosos sueldos por no hacer nada y permiten que el sistema y las oficinas secretas sigan exterminando a las organizaciones de trabajadores que malamente dirigen, no es.

Con federaciones estudiantiles de heroico pasado y hoy maniatadas para no molestar al gobierno, no es.

Con organizaciones sociales, sindicales, gremiales y políticas que insisten en hacer una y mil veces aquello que no ha funcionado jamás, no es.

Con centenares de miles de mujeres enojadas con justa razón que salen a la calle a decir sus verdades pero que al otro día el mundo patriarcal y abusador sigue su curso, tampoco es.

Con intelectuales a los que les da paja aventurarse en propuestas culturales, científicas e ideológicas nuevas, que no son capaces de incorporar los avances de las teorías clásicas y la no tanto, y no se atreven a interpretaciones audaces de lo que pasa en el mundo y el país, no es.

Con organizaciones de familiares de víctimas de la dictadura que por medio siglo han permanecido a la siga de verdad, justicia y reparación, pero que aceptan ser atrapadas por ofertas estériles, promesas falaces y espectáculos estilizados que dicen ser la memoria de sus seres queridos, no es.

La izquierda no domesticada que deambula sin saber para dónde va la micro, se ha hecho experta en celebrar y conmemorar, ducha en lenguaje inclusivo, aguda a la hora de criticar otras experiencias, pero no ha sido capaz de entregar una sola idea nueva que represente y encauce la enorme desazón, desmoralización y ausencia de horizontes a los millones de víctimas de un orden esencialmente inhumano.

Vivir para pagar un crédito que ya pagaba uno que se pidió para ponerse al día con otro. Centenares de miles de niñas y niños que abandonaron la escuela que en este país es obligatoria en el papel. Colas en los hospitales de millones de personas enfermas. Viejos que reciben una pensión de miseria.

Por decir solo cuatro perlas del sistema que este gobierno deja intacto.

Los medios de comunicación se ven en la obligación de agregar a sus pautas los monumentales hechos de corrupción que tienen el mismo rol que la cordillera de Los Andes: siempre está ahí para decirnos que estamos en Chile.

Y el efecto corruptor del sistema, y aquellos que obran como necesarios complementos corruptibles, si se suma a la mentira en la que vivimos atrapados y el silencio suicida de quienes deberían hacer algo más que cortar el tránsito, generan una situación que al parecer no estaba descrita en los clásicos de la revolución.

Vea. Eso que explotó sin más que la energía de una rabia muy de adentro, sin ningún norte ni conducción y que no llegó a nada, por lo menos a nada bueno, fue rememorado con más pena que gloria, hace unos días.

Fue un día triste, si o no.

Políticos como Gabriel Boric, sus adláteres y capangas no le han hecho bien a las ideas de un presente mejor para la gente. Para qué hablar de futuro.

Esa pequeña burguesía que no sabe lo que es el hambre o el drama de no encontrar matrícula para sus niños, ni sabe para qué año será su operación que debe ser para hoy, que jamás ha tenido que vivir del fiado, no tiene idea de lo que siente la gente aburrida, hastiada, abusada, explotada, mentida y engañada.

¿Le pasa que cuando escucha a esos políticos bien alimentados y sin deudas, que no saben que hay niños que sufren, que comen wayú vuelta y vuelta, expertos en arte de hablar inclusivo, y que se autodefinen como de centroizquierda o progresistas, algo se le altera a la altura del odio?

Más de alguien dirá que es un resentido, es decir, uno que siente varias veces. Todo un honor.



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