Autor: HUGO ALCAYAGA BRISSO
De cara a la conmemoración del medio siglo de aquel fatídico “11”, el homenaje rendido por el presidente de la República, Gabriel Boric, al juez español Baltasar Garzón – actualmente retirado – aparece como el hecho más relevante en este tiempo difícil y complejo, de pensiones e incertidumbres.
En su reciente gira a Europa el mandatario chileno entregó una medalla de reconocimiento al magistrado en un acto que se efectuó en la Casa de América, en Madrid, por haber ordenado la detención del dictador Pinochet en Londres en 1998 por sus reiteradas y atroces violaciones de los derechos humanos durante 17 años que costaron la vida a no menos de 5 mil compatriotas, incluyendo 1.300 detenidos desaparecidos, además de cientos de miles de torturados, exiliados, perseguidos, etc.
Boric recordó que en Chile se registró el 11 de septiembre de 1973 un golpe de Estado que terminó con la democracia, sus instituciones, el Congreso Nacional, los partidos y las organizaciones sociales, tras lo cual se impuso por las armas un régimen de terror que ensombreció la historia patria y de la que no cabe vanagloriarse, sino que solo rechazar y sancionar.
El pueblo chileno estaba en deuda con el prestigioso jurista, la que se prolongó por largos años. Hasta ahora no había tenido la oportunidad de manifestar a Garzón su gratitud por la solidaridad que tuvo con las familias destrozadas y la gente humillada, y por los esfuerzos que hizo para que la justicia internacional encarcelara al general genocida por sus gravísimos delitos contra las mayorías indefensas.
La entrega de esta distinción tuvo lugar en el acto denominado “Chile: memoria y futuro a 50 años del golpe de Estado”, que contó con la asistencia de autoridades chilenas y españolas. Allí se afianzó la idea de que un golpe sedicioso es inaceptable contra un gobierno constitucional, elegido democráticamente y que nada, ni las diferencias mas agudas, justifican la violación de los derechos humanos de quienes piensan distinto a los que se han instalado en el poder con la tenencia de las armas como único argumento.
Este acto, su justicia y su nobleza, no alcanzaron a ser opacados por las histéricas reacciones ocurridas en el país. La derecha y la extrema derecha volvieron a descargar su odio contra las clases populares, buscando desacreditar a Garzón y su solidaridad con Chile y manteniendo a la vez su adhesión a una tiranía repudiada en todo el mundo.
El reconocimiento esperó 25 años. Tras la dictadura en el tiempo en que las dos derechas tomaron el control de país y se fueron alternando en La Moneda, nunca hubo una sola palabra agradecida por los propósitos solidarios del jurista español en favor de las grandes mayorías desprotegidas que sufrieron el rigor de soportar un régimen feroz comandado por el capitán general del exterminio masivo.
La Concertación, pasiva y temerosa, y los partidos de la oligarquía, gobernaron de espaldas a la historia. No les interesó la causa humanista y continuaron desvergonzadamente con la impunidad. Un presidente “socialista” determinó ocultar por 50 años los nombres de los maleantes de uniforme que asesinaron y torturaron sin miramientos de ningún tipo.
En ese tiempo la casta política acomodaticia, la que quería dar vuelta la página y olvidar, permitió la llegada al Congreso Nacional de Pinochet, quien se autoproclamó “senador vitalicio” ante la incredulidad de los familiares de los detenidos desaparecidos. A ese Parlamento de vergüenza también llegó una patota de generales y almirantes golpistas que constituyeron una “bancada militar”. Faltaba el bochorno mayor: cuando se produjo la detención del dictador en Londres por disposición del juez Garzón, la dupla Frei – Insulza se movilizó, hizo lo que pudo y logró su repatriación sano y salvo, como burla para el pueblo. La medida de Garzón buscaba que la justicia internacional lograra encarcelar al tirano por tantos delitos de lesa humanidad. No lo consiguió, pero al menos activo a la justicia chilena que permanecía de brazos cruzados.
En Chile el juez Juan Guzmán llegó a procesar a Pinochet, pero con cobardía éste simuló una demencia senil que lo salvó de ir a parar tras las rejas. Ello le permitió al tirano genocida morir en la más completa impunidad, bien atendido en una cama del Hospital Militar, en diciembre de 2006. Fue un déspota, un ladrón y un traidor que sin lograrlo quiso llegar a ser un estadista amparado por los abusos y la corrupción.
Garzón que se esforzó por hacer justicia, dio un ejemplo que ha quedado en la memoria colectiva volvió a hacer noticia en 2019, cuando entregó su apoyo a las masivas manifestaciones callejeras del estallido social, que descolocaron al pinochetismo y sus secuaces. La calle siempre rechazó al dictador, sus embustes, su discriminación hacia los pobres y las proyecciones que se autoatribuía.
Pinochet dejó como único legado un pacto de silencio sobre tantos asesinatos, robos, terror, destrucción y muerte. Nadie podría esperar otra cosa de un militar muy limitado, ansioso de poder y repleto de un odio irracional hacia las clases populares, de estrecha capacidad intelectual. En contraposición Garzón irrumpió en el escenario internacional con una potente lección de solidaridad en favor de las víctimas del régimen ilegítimo.
No caben las palabras de los parlamentarios de la extrema derecha – la UDI y Republicanos – que dicen que Boric viajó para darse un “gustito” personal e ideológico. El presidente hizo entrega de la medalla conmemorativa de los 50 años en representación de todo el pueblo de Chile, agradecido y emocionado.
Hugo Alcayaga Brisso
Valparaíso
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