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SUCIOS, MALOS Y LADRONES

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  • hace 11 minutos
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Autor: RICARDO CANDIA CARES

La cercanía de las elecciones pone en relieve los rasgos constitutivos del sistema político de nuestro campo de flores bordado. Para decirlo en breve, jamás en su historia la suma del entramado de personajes, instituciones y resultados fue de tan baja calidad, de tanta picantería evidente, de la supremacía incontrarrestable de la corrupción trastocada en cultura, de la ignorancia suma al alcance de la mano y de las más execrables máculas de lo peor de la sociedad, reinando si contrapeso ni objeción.

El sistema político ha asumido la corrupción como una variante legítima del uso del poder, contaminando, de paso, a ese sector de avivados que se ofrecía para cambiarlo todo. No es que las instituciones no funcionen: se trata de hacerlas inútiles exprofeso. No es extraño que sobrevivan en un peligroso estado cercano al desfonde. En aquel octubre para el olvido, faltó que se le empujara para caer.

Fíjese que no hay aspecto de la sociedad que no viva, sobreviva, boquee, aquejado por una crisis que a veces parece terminal y en otras, lo es.

Todas las variables que harían de la vida de las gentes algo más pasable, decente y humana, y que tiene que ver con sus derechos en tanto personas, están abandonadas a la anarquía del mercado, ese dominio en el cual el más vivo y ladrón es el que gana. El extremismo neoliberal ha empequeñecido al Estado al extremo de que, simplemente, ha abandonado lo que fueron sus obligaciones.

La principal rama de la delincuencia organizada está en el sistema político.

La educación, la salud, las pensiones, el medio ambiente, la riqueza naturales, las carreteras, los ríos, lagos y mares, la vivienda, los servicios básicos, la energía, la seguridad de la gente, las calles de las ciudades, los goles del domingo y los cubes deportivos y lo que a usted se le ocurra, está a merced de los principios básicos del negocio: invertir poco y ganar harto y de paso estrujar a la gente que trabaja por un salario.

Y si se quiere ver desde el punto de vista de aquellos que se autodefinen como el sostén de la patria y sus defensores hasta dar la vida si fuese necesario, vea como se han llevado el dinero de la defensa de la patria, esa con la que hacen gárgaras tres veces al día, para financiar sus lujosas vidas.

La carcoma de la pudrición moral es un hecho extendido hasta los confines del sistema político y de sus instituciones. No hay semana en que no se descubra un policía, un fiscal o un juez vinculado a delincuentes a los que deberían capturar, perseguir y condenar.

Pero no se le ocurra salir a protesta por sus derechos. Ahí le cae la dureza de la ley y de la luma policial, puntuales y entusiastas.

Pasa que nos estamos acostumbrando a este escenario decadente.

Chile ha llegado a ser, por la inestimable intercesión de quienes suscribieron los pactos secretos de la llamada transición al comienzo de los años 90, el ecosistema en el que la cultura sucia de la derecha tiene su mejor despliegue.

Su sopa esencial preferida.

Vea como sus más perfilados dignatarios, muchos de ellos candidatos presidenciales, tienen por la verdad, las buenas costumbres y la decencia un desprecio sublime.

Reivindicar los crímenes de la dictadura, hacerse de los dineros del Estado, mentir a cacho visto, acusar falsamente, relevar ideologías y personajes deleznables además de genocidas, lejos de ser conductas reprobables, cuando no delitos de ser esta una sociedad sana, son conductas que pasaron a ser herramientas legítimas en el debate político, argumentos válidos que, peor aún, son creídos por ciudadanos de apariencia normal.

Y el mundo sigue andando.

Si hilamos fino, debemos reconocer que a nivel discursivo el actual gobierno también se puede analizar como un fraude, entendido como un acto contrario a la rectitud, es decir, cuando se ofreció una cosa y se hizo otra, cuando se criticó cierto comportamiento y terminaste haciendo lo mismo, cuando ofreciste un recambio para superar el cancro que se ha tomado el Estado y el sistema que lo sostiene, y terminaste con la misma premisa.

Lo que no importaría mucho en un país en que los desastres son parte de la historia, si esa conducta no le abriera el paso y justificara el actuar histórico de la derecha más aborrecible, criminal y ladrona.

Decenios de trampas, robos, traiciones y corrupción han dejado una huella de tal peso que se ha transformado en cultura, es decir, en un modo de vida, en una costumbre, en un impronta que diferencia y determina. Y que tiende a autodefenderse y a perfeccionarse por la vía de las instituciones que tiene por rol reproducir el sistema.

Resulta penoso recordar que los sucesos de aquel octubre del 2019 fueron la demostración de que solo en ese formato, pero con un profundo contenido político, es posible enfrentar un proceso de depuración y reconstrucción de una idea de país sano y apegado a los criterios que hacen de la convivencia humana el rasgo distintivo de la evolución hacia el lado positivo, el sentido de lo gregario y solidario, el respeto a las personas, la aceptación de las diferencias y, por sobre todo, el derecho de buscar caminos alternativos a este que hace agua y pudre.




 
 
 

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