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EL TRIUNFO DE LA MENTIRA Y EL SUPUESTO DE HANNAH ARENDT

Autor: RICARDO CANDIA CARES

A la filósofa, historiadora, politóloga, socióloga, profesora, escritora, teórica política y poeta nacida en Prusia, Hannah Arendt, se le adjudican brillantes frases entre las cuales destacamos la siguiente de su última entrevista en 1973: “Si todo el mundo te miente siempre, la consecuencia no es que creas las mentiras, sino que ya nadie cree nada.”

¿Será así?

La mentira ha pasado de ser el noveno pecado a un dispositivo cuya mejor expresión la tiene al momento en que los poderosos necesitan controlar las acciones de la gente silvestre, sin ir más lejos sus mismas víctimas, para llevarlas a pensar de tal manera que sus conclusiones sobrepasan cualquier racionalidad.

Y la más dura realidad.

¿Cómo se explica la irrupción de sujetos que hacen de la mentira, de la violencia verbal, de la amenaza, de la ignorancia, que reivindican lo más execrable de la dictadura, que prometen desbaratar lo escaso que se ha logrado, que relevan un discurso de odio como si fuera lo más legítimo del mundo, lleguen a estar a metros de alzarse como los administradores de este vapuleado país?

Como sabemos, la mentira adquiere formas de las más imaginativas para no parecer mentira. Y aun cuando sea demostrada como tal, a la gente mentida le dará lo mismo. A esa gente le gusta que le mientan.

Quizás el presidente de Estados Unidos sea un caso que bordea lo sano. Y, por cierto, su vasallaje que vas desde Israel, hasta la decadente, inmoral y torcida Europa, pasando por algunos de nuestros vecinos serviles.

Sume usted el estado de la educación, aquel dispositivo que tienen los países y que se supone que educa, en la postración en que se encuentra desde el punto de vista de los más altos de sus propósitos, como sería formar ciudadanos críticos y protagonistas sociales, según el decir de Frei Betto. O, según Paulo Freire: "La educación es un acto de amor, por tanto, un acto de valor".

El caso es que es solo un negocio que forma a sujetos necesarios para el sistema: irreflexivos, egoístas, individualistas y sin ningún tipo de conciencia social. ¿No resulta trágicamente elocuente que las bandas que asaltan y matan estén compuestas, en un número de espanto, por niños que deberían estar en la escuela?

Agregue a este cóctel desesperanzador otro aderezo: la izquierda que existe hace decenios en situación de calle ideológica. Es decir, no es de aquí ni de allá, le da lo mismo ir que venir y levanta sus escasas pertenencias en donde hace fresco en verano y entibia en invierno. No registra domicilio conocido.

Así, navegamos en medio del más perfecto de los peligros: la entronización de la barbarie y la intolerancia, el odio hacia el pueblo y la mentira, y esa fascinación de los poderosos por hacer pagar a diario la osadía de un pueblo alzado en aquel lejano cuatro de septiembre de 1973.

La izquierda ha vivido desde hace decenios en medio de un laberinto autoinducido en el que vuelve una y otra vez al inicio sin dar con la lógica que hay en sus misterios.

No es capaz de entender lo que pasa en este país y en el mundo. Revisa los clásicos a la siga de la receta que indique por dónde seguir. Pero solo llega a saber que cuando no se sabe para dónde se va, es altamente probable que todos los caminos sirvan. O ninguno.

En ese caso, está mostrado una y otra vez en estos más de treinta años de la implementación del plan de la dictadura, que desde el punto de vista del pueblo, aquello invisible que parece no existir, siempre ha sido un fracaso.

En nuestro país la izquierda jugó un rol de la mayor importancia en las dos únicas movilizaciones reales del pueblo chileno. Una fue la concepción de un gobierno popular como avanzada hacia un socialismo autóctono. La otra, la gesta que se propuso terminar con la dictadura por medio de la lucha de todo el pueblo utilizando todos los recursos legítimos.

Todo lo que vino a continuación no ha sido sino sucedáneos de lo que se debería entender por movilización: un proyecto político de inmediato, corto, mediano y largo plazo que, por sobre todo, sea capa de seducir al pueblo.

Pero estamos a punto de dar una vuelta en redondo cuyo giro ha demorado medio siglo.

Los herederos legítimos y confesos de la dictadura podrían hacerse de esa partecita del poder, el gobierno, que les permita dar la puntada final: desaparecer el Estado para reemplazarlo por la gestión de la sacrosanta propiedad y gestión privada.

Se salvará, como es lógico y necesario, todo aquello que apunte a la represión de los más rebeldes.

Es que la ultraderecha ha ganado culturalmente, en tanto la cultura es “la organización, disciplina del yo interior, conquista de superior conciencia por lo cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida, deberes y derechos”. Antonio Gramsci dixit.

A veces da la impresión de que en Chile no hubo una sanguinaria dictadura y, peor aún, que esta cayó prácticamente sola y no hubo patriotas que no dejaron de pelear un solo día de esos aciagos 17 años.

La refundación del país impulsada durante la dictadura sobre la base de un orden que desprecia a la gente, la castiga, subyuga y explota, ha logrado convencer a mucha de esa misma gente de que eso está bien y que no hay alternativa posible ni aquí ni en la quebrada del ají.

Aunque resulte en extremo pretencioso, me permito una adenda correctiva a lo dicho por Hannah Arendt: no es tan peligrosos que la gente crea en nada. Lo realmente dramático y peligroso es que esa misma gente sea capaz de creer en todo.

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