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CRIMEN ORGANIZADO: LOS QUE NO SALEN EN LOS MATINALES

Autor: RICARDO CANDIA CARES

A propósito de crimen organizado, las empresas eléctricas han sido pilladas en falta: robos por centenas de millones de dólares, los que pagarán en cómodas y mínimas cuotas que jamás, sumadas o multiplicadas, darán con las cifra reales. Y, tras cartón no habrá pasado nada.

Un caso como este no debería sorprender a nadie que mínimamente vea las noticias de las nueve de la noche.

Así como los chilenos sabemos que pronto habrá un terremoto, también podemos advertir con escasos márgenes de error, que en algún momento un poderoso ultra millonario va a ser descubierto robando a manos llenas. Y, de inmediato, ese sentido común arraigado en la gente silvestre sabrá que a ese ladrón de alta gama no le va a pasar nada.

Digamos que el crimen organizado no es algo nuevo en Chile.

Adelantemos, eso sí, que entenderemos por ese fenómeno delictual que no está del todo definido en el ordenamiento penal de nuestra legislación: pero supongamos que se trata de “una actividad de grupos estructurados y jerárquicos que existen con el fin de cometer delitos graves para obtener beneficios económicos o materiales.” 

Y, puestos en esas suposición, necesariamente deberemos aceptar que en este lindo país esquina con vista al mar, eso es tan viejo como la cordillera.

Quizás el más trascendente y criminal de estas estructuras fueron los conjurados que terminaron bombardeando La Moneda un martes algo nublado y dejaron una estela de crímenes que jamás han sido resueltos del todo.

Los poderosos siempre han jugado un rol de delincuentes organizados que solo buscan saciar esa increíble sed de tener mucho más de lo que ya tienen en demasía.

Si embargo, en estas trágicas décadas, se ha perdido el pudor, decencia jamás han tenido, y lo que antes se hacía entre cuatro paredes y un cielo raso, hoy se practica en el descampado que ofrece el orden político, hecho a la medida justa de los ladrones que lo dominan.

El listado no cabe en una columna, pero digamos que los aparentemente impolutos sujetos que más han robado en la historia de Chile provienen de la burguesía, de los ricos, de los poderosos y, cosa curiosa, los altos mandos de las instituciones armadas que darían la vida si fuese necesario en defensa de la patria.

Tanto la quieren que el parecer, se llevaron una partecita para cuidarle en casa. Según el periodista Mauricio Weibel que ha investigado esos casos, entre el Milicogate y el PacoGate, se habrían defraudado sobre los 50 mil millones de pesos. ¡Viva Chile!

Por estos días se resuelve judicialmente lo relacionado con una de las centenares de aristas civiles de la corrupción y el crimen organizado: el Caso Penta.

Recordemos que una serie de grandes fortunas se coludieron, es decir, se organizaron criminalmente, para comprar políticos de todas las layas posibles para dejarlos en sus bolsillos para lo que fuere menester para su negocios.

Casi nadie se salvó de ese tipo muy especial y selecto de bandas de criminales que descubrieron que muy escasos políticos, esos que hacen las leyes y que ofrecen este mundo y el otro a la gente carenciada, son capaces a decir que no a un millón de cualquier nominación.

Digamos que desde que la banda de los golpistas, muchos de los cuales aún andan por ahí con su impunidad a cuestas, fundaron un país en el que la corrupción partió con la notable operación de la colecta de joyas que organizó la mujer del tirano la que se llamó “Oro para la patria”. Solo que la patria era ella misma a juzgar por los anillos donados que lució hasta que alguien se dio cuenta. De ese oro, jamás se supo su destino.

Lo que vino es sabido hasta este día en que vivimos.

La cultura del saqueo a manos llenas, las estafas masivas, los fraudes cometidos por altos mandos uniformados y de civil, las mecánicas con las que las cadenas de tiendas cogotean a cacho visto, la compra de políticos por parte de multimillonarios de misa dominical y silicio y las más disímiles maneras que se adoptan para robar, están en el centro de la cultura dominante.

Es un estado estructural de las cosas, es decir, inalienable de la construcción institucional del país sobre la base de la ideología neoliberal.

Lo que imponen los matinales ante la indudable ola delictiva en las calles puede ser entendida como una falta a la libre competencia, más que a una seria preocupación por librarse de criminales peligrosos.

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