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EL AMIGO DEL PRESIDENTE

Autor: RICARDO CANDIA CARES



Ricardo Candia Cares

Podríamos decir que lo suyo fue un gesto de Estado ante una personalidad relevante. Y que la invitación a visitar La Moneda fue una obligación impuesta por las buenas costumbres y aquello del amigo cuando es forastero. Pero para decir la verdad, fue más parecido a un gesto del más humano de los oportunismos.

Hace no mucho, Cuba era para al anfitrión presidencial una funesta dictadura que castiga a su pueblo y viola sus derechos humanos.

No omitiremos decir lo relevante: Silvio Rodríguez debe ser uno lo de los iconos culturales, por lo tanto político, histórico e ideológico, de la mayor envergadura que tiene Cuba. Tampoco se puede obviar el rol que ha jugado Cuba en la historia mundial desde aquel primero de enero de 1959.

Y mucho menos desagregar la figura relevante de Fidel Castro, comandante en jefe de los pobres del mundo, quizás el político más influyente, respetado y moral del siglo veinte.

Generaciones han nacido sabiendo de sus hazañas y las de su aguerrido pueblo.

Así, por la imposición de la historia, la figura y su creación, tanto como su vida y las opiniones de Silvio Rodríguez, son indisolubles de la Revolución Cubana, con sus aciertos y errores, con sus victorias y dificultades, con su imbatible generosidad y su majestuoso ejemplo.

Todo eso y más se deja ver en su poesía de amor y de combate.

El presidente Boric ha hecho gala de acomodar sus ideas otrora audaces, extremas y de impronta izquierdista, así sea con el peligroso tono menor de la pequeña burguesía, para llegar a ser un convencido e irreductible defensor de un orden que no por estar en una franca decadencia ha dejado de ser el egoísmo puro, la avaricia extrema y la inhumanidad genocida.

Ya no se trata de sepultar al neoliberalismo en su cuna. Ni siquiera de revolver el gallinero en los márgenes del sistema. Para qué decir de políticas que contradigan la inhumanidad de la cultura capitalista. Y, por cierto, se trata, en el caso de Cuba, de ponerse del lado de quienes han castigado la nobleza del pueblo cubano de la manera más cruel e infame.

Como resulta obvio, Silvio Rodríguez no es un representante del gobierno ni su vista es la propia de un representante del Estado cubano.

Es la de un artista que visita a sus amigos y compañeros luego de una extensa carrera en la que logró combinar magistralmente una excelsa poesía llena de lo más humano posible, con la historia asombrosa de su país, el que, en medio del odio más feroz, el ataque artero y criminal y la incomprensión de muchos de quienes se dicen sus amigos ha logrado demostrar que la revolución no es cosa de tiros más o menos, sino que una revelación que se verifica en el alma de los seres humanos.

Así sea que viva por setenta años en medio de un bloqueo criminal.

Allí es donde eclosiona por sobre todo la contradicción, en donde el error se vuelve crítica cuando se piensa por propia cabeza, donde el heroísmo es la condición cotidiana y la generosidad mayor es sentir como propio el dolor ajeno en cualquier rincón del mundo y obrar en consecuencia.

Esa pulsión no la van a comprender quienes no han sentido el azote del hambre, el dolor del desamparo, el escupitajo del desprecio y el apretón de la pobreza, pero que sí son capaces de sentirla muy adentro los pobres y mancillados del mundo. Esos que se las ingenian para seguir luchando. Esos que aman y respetan a Cuba y su ejemplo.

Esas cosas son las que el poeta Silvio Rodríguez ha dejado impresa con magistral belleza en sus canciones, en las que amor y la revolución resultan un pleonasmo de los más bellos.

Falta saber si el presidente Boric aprovechó la visita de su amigo para hacerle saber lo que de verdad piensa de Cuba y la revolución.

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