EL CHÉ: ESE MUERTO QUE SE NIEGA A MORIR
- fcabieses
- 13 oct
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Autor: RICARDO CANDIA CARES
Llevó su consecuencia desde los peligros más extremos, hasta los actos más elementales de la vida cotidiana. A un extremo en que mártir y profeta se conjugaron en una síntesis que no parece de este mundo. Hizo caso omiso de las formalidades y se burló de las etiquetas y los protocolos. Despreció la muerte cuántas veces tuvo oportunidad y desafió sus propias limitantes físicas con el convencimiento de que no hay límite en la moral de un revolucionario. Desplegó toda su lealtad con el pueblo que lo acogió, lo respectó y le dio la oportunidad de llevar una estrella en la frente. Fue el más argentino de los cubanos este hombre que se concebía un ciudadano de América. No pidió más que un lugar en la batalla.
Y se hizo leyenda.
Mientras se preparaba para ser el Ché, Ernesto Guevara quiso ver con sus propios ojos el destino del continente. Y montado en la Invencible se largó por los castigados caminos de Sud América para conocer la geografía de la explotación y el despojo, de la sumisión y el desprecio. De la riqueza que alimentaba el egoísmo de otras latitudes y la pobreza que quedaba como alimento y tragedia. Allí pudo comprobar la inhumanidad del capitalismo en cada niño abandonado, en cada madre sufriente y en los ojos escaldados de la gente explotada.
El Ché decidió cambiar una caja de medicamentos por una de balas demostrando una decisión impulsada cuando América Latina se despliega ante sus ojos en el esplendor de su historia. Cuando ve la posibilidad cierta de un futuro diferente que era necesario tomar por asalto.
Su amor y su odio, componentes necesarios para entender y enfrentar la vida, comenzaron a forjarse en ese derrotero.
Y aquel argentino silencioso y voluntarioso, de un extraño acento, se embarca en ese frágil yate sin saber que de médico de combate pasaría a ser un extraordinario jefe guerrillero y un referente universal de lo que debe ser un revolucionario.
Ché no buscaba la trascendencia ni la fama ni los honores. Solo quiso cumplir con su deber y para el efecto se dispuso a ser un hombre que dice lo que piensa y hace lo que dice. En el Ché se hace cierto su convencimiento guía y fundamento: sentir en lo más profundo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Y esto lo definió como la cualidad más linda de un revolucionario.
Esa fuerza nacida de la convicción más profunda y decidida convirtió al Ché en lo que fue en vida y lo que sería luego de su muerte: un ejemplo en el que se debían mirar quienes se postulen como revolucionarios.
En la reunión solmenen en la que Fidel habla de la vida y de la muerte del Ché ante los cubanos, el jefe de la revolución reflexiona respecto de su compañero como el ejemplo que deberían seguir las nuevas generaciones. Porque el Ché, en palabra del Comandante en jefe de los pobres del mundo, es un hombre del futuro, que no era de este tiempo. Es decir, representaba como nadie o como muy pocos el ideal del Hombre Nuevo.
El Ché se transformó en el objetivo más buscado por el enemigo de todos los pueblos.
Para el imperialismo no se trataba de un guerrillero más en un continente en el que el ejemplo de Cuba generaba expectativas y movilizada a las montañas a los más decididos. Se trataba de cortar de raíz un ejemplo que no debía cundir en la castigada, explotada y expoliada América del Sur.
Hoy la humanidad se enfrenta a peligros y desafíos.
Sobre todo, a muchos renunciamientos y relativizaciones que han desmovilizado a los movimientos y partidos que alguna vez abrazaron la fe en el pueblo y la necesidad histórica de la revolución. Las convicciones se han vuelto dudas. Las banderas rojas y gallardas se han venido destiñendo. Otrora militantes del rojo más rebelde, han transigido ante el enemigos de la humanidad.
Pero no todo está muerto, no todos se han rendido.
El Guerrillero Heroico aún eleva su mirada que magistral y mágicamente inmortalizó Korda. Y desde ese podio nos recuerda que mientras vibre en algunos, por muy pocos y acorralados que estén, el latido rebelde que animó al Ché, su confianza en el pueblo, su convicción irreductible en la fuerza moral de la ideas, y aún en las peores condiciones, un revolucionario siempre podrá un metro más.




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