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ESTALLIDO DE OCTUBRE: ¿VALIÓ LA PENA EL SACRIFICIO Y LA BATUCADA?

Autor: RICARDO CANDIA CARES

Se cumplirán seis años desde aquel octubre de aviso y desencanto, de tragedia y esperanza truncada. De aquello quedó un par de cosas: la vigencia de las razones para que la gente emputecida diga lo suyo con lo que tenga a mano cuando no existe quién ni qué la represente, los efectos inhumanos de un orden que depreda, explota, roba miente y mata, un sistema político corrupto transformado en legítimo por los dispositivos electorales que imponen un pátina de cosa democrática aun cuando las abisales diferencias económicas, sociales, de derechos, en justicia y en lo que usted quiera, sigue siendo la demostración de que este orden de democrático tiene muy poco.

Y nada más.

Hace seis años se demostró que la carcoma de la corrupción tenía al sistema al borde del precipicio. Que la institucionalidad que da sustento a la superestructura del Estado no valía más que la rabia contenida de millones. Diputados y senadores eran sujetos repulsados por la población. Las fuerzas policiales abandonaban sus cuarteles, se declaraba la guerra a aun enemigo formidable, al decir del pinganilla que ejercía de presidente de la república. Los de arriba no podían.

Pero los de abajo no sabían.

He aquí que no se puede enarbolar una consigna como arma de lucha. Esas faenas hermosas y trágicas demostraron que, si la rabia no tiene una componente política clara, sino se sabe la razón de la piedra y el proyecto de la barricada, su poesía queda condenada a un estado peor que la derrota.

Un amigo me contó que Lenin dijo que no se podía jugar a la insurrección.

Pero esas jornadas que se estudiarán para las generaciones futuras como lo que no hay que hacer, dejaron también el acento en la tragedia peor: el renunciamiento de quienes, pudiendo, sabiendo y teniendo como, no fueron capaces de asumir una situación que todo revolucionario sueña en sus más profundos deseos: el poderoso en jaque y la gente alzada.

Pero no fue.

La izquierda, en especial el Partido Comunista, debió comprobar que su analfabetismo funcional luego de años de coquetear con el modelo del cual se avisa su enemigo, le había ganado la pelea cultural, la había amaestrado y limado sus dientes. La histórica pulsión de la izquierda revolucionaria estar en las primeras líneas de todas las batallas de los desheredados de todos los tiempos y lugares, al aparecer había quedado al resguardo de renunciamientos, acuerdos secretos, rendiciones incondicionales, una deformada comprensión del orden democrático y una suicida incomprensión de que todo lo que hay no es sino la continuación de la dictadura por otros medios.

La agenda pinochetista se ha venido instalado sin prisa, pero sin pausa hasta llegar a que este sea uno de los países más desiguales del orbe, en el que el neoliberalismo ha instalado no solo una economía, es decir una cultura de espanto para la gente abusada, sino que, quizás peor, la idea en gran parte de esa misma gente de que no hay alternativa a este que se asume como un sistema único e indestructible.

Para una gran proporción del censo, otro mundo no es posible.

Este octubre se realzarán momentos de una épica que no llegó a nada. Salvado el caso de quienes fueron asesinados, torturados, encarcelados rindiendo así un tributo de alto valor, la suma en ideas, en proyectos en decisiones políticas y horizontes con algo de sentido, es cero.

Para que no nos engañemos: llegamos a este aniversario sin haber avanzado un milímetro luego de alcanzar a ver al sistema casi de rodillas.

Habrá elecciones en breve. El sistema celebra así su momento de máximo esplendor cuando renueva sus credenciales democráticas, así sea que todo el resto sea la dictadura del capital, de los poderosos, de los dueños de todo, de esos del uno por ciento que se llevan la mitad de toda la riqueza. Así sea que en este país de apariencia democrática haya salud, vivienda, educación, barrios, universidades, pensiones y todo lo demás, una para ricos y otra para pobres.

Esa infame miseria estructural no tiene nada de democrático

Han pasado seis años de lo que se quedó para la historia como el Estallido Social. Sería bueno que se reflexione quiénes han ganado y quiénes han perdido en este lapso. En qué se ha avanzado en eso que constituían las punzantes e ingeniosas consignas de entonces. Comparemos el desarrollo y el estado de las organizaciones populares, los sindicatos, las federaciones estudiantiles, los partidos de izquierda, las organizaciones de los trabajadores, de las mujeres, con el avance impetuoso de la derecha más fascista y sus efectos en la gente común.

¿En qué está esa gente y esas organizaciones que marchan de tarde en tarde luciendo sus colores, con permisos al día, pañuelitos al cuello, gesto satisfecho y rítmicas batucadas?

Dimos una vuelta en redondo, pero hemos quedado mucho más atrás de lo que estábamos porque el fracaso del Estallido Social como vehículo de cambio, de ese umbral en que se demostró la mayor debilidad del sistema, afectó la moral de todos. No quedaron muchas ganas después de todo eso.

Y veamos como el Orden ha aprovechado este tiempo para advertir sus debilidades y fortalecer su agenda represiva y contrainsurgente. Hasta el presidente que iba a enterrar al neoliberalismo en su mismísima cuna, ha debido desdecirse y ordenarse con arreglo a la agenda de su otrora cadáver.

No eran treinta pesos ni treinta años.

No era solo hacerse fuertes en la trinchera de Plaza Italia. No era solo la mística desplegada con tonos heroicos y porfiadamente alegres. Se trataba y se trata de que, si no se tiene un proyecto, por elemental que sea, que determine objetivos políticos y un derrotero, sino no hay dirigentes legítimos y legitimados, sino hay una elemental forma de organización o articulación, si no hay un sentido concreto de los esfuerzos y heroísmos, no vale la pena el sacrificio ni la batucada.

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