Autor: RICARDO CANDIA CARES
Algunos se lo explicaron por la vía de la influencia de la izquierda europea en el exilio de ciertos partidos. El caso es que de los revolucionarios que se exiliaron luego del golpe de Estado o en medio de la dictadura, ninguno o muy pocos llegaron como se fueron.
Es esa izquierda que gana hasta cuando pierde. Esos que tiene amigos en todo el espectro porque nunca se sabe. Y que, una vez demolido el Muro de Berlín, se acomodaron de lo más bien porque su discurso ya venía acomodándose.
Primero fue criticar a Salvador Allende por su trotecito reformista. Un rato después, cuando ser ferviente revolucionario ya no era negocio, criticaban a Salvador Allende por querer una revolución socialista, cuyo fracaso era de orden universal.
En breve debieron reconocer que el mercado libre, la competencia, la subsidiariedad, el capital y la flexibilidad para el trato con los trabajadores, eran no solo bien vistos sino legítimos y necesarios.
Ya no se apuntó a ese rojo horizonte en que los explotados de la ciudad y el campo reconocerían su reivindicación histórica luego de siglos de explotación persecución y muerte.
Apostaron al sálvate como puedas. Y ganaron.
De aquel tiempo solo les quedaron los choapinos artesanales, alguna foto del Ché en el dormitorio del nieto, primeras ediciones firmadas por escritores revolucionarios famosos, una enorme casa con toques artesanales y todos los discos de Inti Illimani y Quilapayún.
Volvieron a Chile hablando tres idiomas y con varios títulos y doctorados y con una íntima relación con la socialdemocracia europea que los dotó de dinero, apoyo e ideas.
La palabra socialismo les ardía en la memoria. Y esas fotografías que se tomaron en los desfiles fulgurantes de la Unidad Popular eran explicadas como cosas de adolescentes embullados por un mundo en que la izquierda intentaba tomar la iniciativa.
Vea como esas gentes desfilaron en Cuba intentado la postura suma: una fotografía con el Comandante. De quien ahora dicen no más se les pregunta que fue un dictador en toda la línea
El mundo cambió y con el cambiaron los que lo querían cambiar.
Hasta la dictadura, ese aborrecible paréntesis de horror y dolor fue explicada con trazas de justificación. Y los acuerdos con los otrora sostenedores, cómplices y encubridores del tirano, pasaron a ser mecanismos necesarios con colegas de un sistema que ponía la patria por delante, al margen de las ideologías y de espaldas a los afiebrados.
Una delecta representante de esta nueva izquierda hibrida perdonó sin rubor al torturador de su padre.
Con los más rebeldes a buen recaudo, aislados, controlados, perseguidos, ninguneados, orillados por la historia y los historiadores y sobre todo por sus propias torpezas, lo que quedó fue asumir la ideología triunfante que colonizó a esos otrora furibundos revolucionarios.
Y, hasta ahora y contando, Chile se explica por ese triunfo ideológico que aguachentó a los rojos más rojos y los ganó para el neoliberalismo imbatible, único e inmutable.
Sin embargo, a pesar de posar en el podio de los ganadores, esa generación de arrepentidos y conversos no han podido hasta ahora encontrar el modo de desarrollar un relato que convenza a alguien que no sea por la vía de la nueva pega y el estipendio.
La gente que los sigue va más bien tras los sueldos y acomodaciones.
Con la misma hibridez de las mulas que son la cruza de dos diferentes especies, esa gente que en el cara se dice de izquierda y en el sello es cualquier otra cosa, jamás serán capaces de preñar la historia con alguna idea que no sea la que siguen solo por conveniencia y arrepentimiento.
No se crea que los muchachos que han llegado al gobierno son hijos de esa cultura estéril de la Concertación/Nueva Mayoría. No.
Son solo imitadores, quienes a falta de repertorio propio y por confundir poder con gobierno, se han visto obligados no solo a desdecirse, cosa que la hibridez permite con soltura y encanto, sino que a acudir a aquellos que antes, hace trágicamente muy poco, eran los responsables de todo lo malo.
Los animales híbridos, pongamos por casos las mulas son estériles, es decir, no dejan descendencia. De lejos un mulo es muy parecido a un caballo.
De cerca, también.
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