Autor: Ricardo Candia Cares
Lo que alguna vez se conoció como la izquierda chilena se evaporó en el lapso que fue desde la retirada programada de los militares, hasta cuando algunos de esos partidos, remedos de lo que fueron sus consignas, iconografía y principios de hace mucho, sintieron el gustito que genera el poder.
Otros, quedaron rendidos al desconcierto del no saber qué hacer.
Renunciados, abjurados más bien, arrepentidos de sus pasados de izquierdistas vehementes, esos exrevolucionarios se dedicaron con ahínco y buena disposición a perfeccionar aquello que poco antes era la suma del mal.
En breve, sujetos que antes desfilaban con camisas verde oliva y revolver 38 al cinto, pasaron a ser los mejores pupilos del neoliberalismo.
De la heroica izquierda que combatió cada día de dictadura, que formó a verdaderos héroes populares, que fue perseguida con ferocidad homicida, que pagó con sus mártires la osadía libertaria, no quedó mucho.
El escenario fue propicio para que los poderosos, civiles y militares, estuvieran más cómodos que nunca en los gobiernos de Aylwin, Frei y Bachelet. Jamás ganaron tanto dinero sin que nadie los molestara.
Y el mundo siguió su gira.
Hace no mucho, luego de que comenzaran a estallar las contradicciones de un sistema que trata a los trabajadores y al pueblo como enemigos a los que hay que pagar poco, maltratar, despreciar y reprimir, emergió una generación de jóvenes que parecía prometer.
Parecía.
Cuando comenzó el proceso de protestas estudiantiles cundió el optimismo en muchos. Cierto que los trabajadores aún miraban esas marchas por la televisión, pero se avizoraba un pálpito de que las fisuras en un modelo de apariencia imbatible, eran un hecho cierto y en progreso. El momento cumbre de ese proceso fue el año 2011.
Una legión de jóvenes dirigentes, decididos, deslenguados y chascones, elevaron las expectativas de muchos al alzarse como representantes de una nueva izquierda que amenazaba a los viejos carcamales que ya no aparecían en el juego.
Muchos pensaron que ahora sí la cosa cambiaba porque para nadie era un misterio que en el proceso de instauración y perfeccionamiento del sistema, la ausencia de la izquierda la hacía cómplice.
No pasaría mucho para que esos jóvenes, en breve reunidos en el Frente Amplio, optaran por ser tan viejos y decrépitos, como aquellos a quienes apostaban a reemplazar.
En breve, su oferta de una nueva izquierda capotó por el efecto de la altura y de olvidar un principio elemental de la ingeniería y de la política: solo los hoyos se comienzan desde arriba.
No duró mucho ese intento.
La experiencia del Frente Amplio duró lo que dura una flor por la vía de terminar pareciéndose a aquellos que querían suplir.
Muy lejos de ese escenario, la gente real, el pueblo llano, se alzaba sin que nadie se los impusiera u ordenara, y ponían en jaque la fortaleza imbatible del modelo.
La irrupción de un octubre extraño asombró no solo al gobierno, a los servicios de inteligencia, las policías y las Fuerzas Armadas, sino, sobre todo, a las organizaciones dizque de izquierda o que decían representar al pueblo.
Cundió el desconcierto.
Muchos intentan aún encontrar en los manuales y en las teorías algún parágrafo que explique lo que pasó. Sacados de la inercia que les hace repetir ejercicios estériles, organizaciones de trabajadores y partidos de izquierda aún no reaccionan para intentar una idea que encaje en eso que se manda solo, que viene de ningún lado y que va para ninguna parte.
Pasa que la izquierda no da pie con bola ni tiene alguna idea del mundo en que vivimos.
Los ciclos naturales del planeta se han visto alterados por la codicia increíble de un puñado de estúpidos millonarios, hasta el punto de amenazar seriamente la existencia humana.
Se comienza a transar el agua en las bolsas de valores. De aquí a poco, será el aire.
El planeta, camino a las ocho mil millones de habitantes, ya no da abasto.
Este escenario no encuentra inactivos a los poderosos dueños de todo. Saben que algo deben hacer para salvar, no las vidas humanas, sino sus negocios. Saben que no todos los habitantes son rentables. Tienen el convencimiento de que no todos tienen derecho a la vida. La opción de buscar planetas a los que emigrar, es de largo plazo. La codicia requiere soluciones ahora.
Así, a las carencias, lacras y tragedias, ahora se superpone la incertidumbre mortal de una pandemia de impredecibles consecuencias.
En ese escenario, no es algo descabellado pensar que con el Sars Cov 2 estamos ante un ensayo general de los poderosos que intentan deshacerse del lastre que significan los pobres, los viejos y los enfermos. El uso de los recursos estatales en esa gente que no resulta productiva es un derroche imperdonable. Un virus que mate a viejos, enfermos y pobres, no es desdeñable como solución.
Muchos advierten que al advenimiento de la Cuarta Revolución Industrial significará un aumento de gentes sobrantes. Ya se anticipa la irrupción de nanotecnologías, robots, inteligencia artificial, biotecnología, sistema de almacenamiento de energía, drones, etc., cuyo efecto serán millones de cesantes en las economías industrializadas.
Algo está cambiando, algo huele mal.
¿Qué piensa la izquierda respecto de ese futuro que ya está aquí? ¿Cuál es su propuesta? ¿Qué ofrece a la gente en este estado de peligro inminente? Quizás cuando salga de su larga cuarentena pueda dar una opinión.
Mientras tanto sigue atrapada en la táctica pequeña de alianzas políticas de conveniencia para el siguiente mes y elecciones de corto plazo, sin atinar a alguna idea que sea capaz de seducir a esos millones que salen a las calles y que han hecho lo suyo, evidenciando esa irrelevancia a la que están condenada la izquierda, como si tal fuera su propia y autoinducida cuarentena, asumida con respeto a las reglas y miedo al qué dirán.
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