Autor: HUGO ALCAYAGA BRISSO
La manipulación de las encuestas de opinión pública por parte de los desclasados de siempre y de quienes por estricta necesidad trabajan al servicio de los dueños de Chile no puede opacar la celebración del quinto aniversario del estallido social, que por su fuerza, significación y masividad ha quedado incorporado a las mejores páginas de la historia de Chile.
Antes, en este siglo, el país conoció las entusiastas movilizaciones de estudiantes universitarios y liceanos en favor de la educación pública, y luego asomó el potente movimiento no más AFP exigiendo mejores pensiones para los jubilados, expresiones que fueron ahogadas por los gobiernos de la entonces vigente Concertación acomodados al modelo neoliberal legado por la dictadura.
Este octubre ha traído otra vez los ecos de ese formidable movimiento popular que fue el estallido social, emblema de las demandas de las mayorías por una nueva Constitución, igualdad y dignidad, que estremeció de norte a sur a todo el territorio nacional, que quedó en la memoria de todos y que, de acuerdo a las circunstancias, podría repetirse en cualquier momento.
El 18 de octubre de 2019 marca el inicio de la rebelión del pueblo que salió multitudinariamente de su letargo y repletó calles y avenidas del país en demanda de lo que le corresponde: mejores condiciones de vida a través de una Constitución democrática en reemplazo de la Carta Magna militar del 80, justicia social, participación, solidaridad y restitución de los derechos de las personas desaparecidos desde la dictadura militar-empresarial.
Fue la expresión espontánea de las muchedumbres empobrecidas y despreciadas por el modelo depredador, cuidadoso de mantener la concentración económica de la minoría privilegiada y la institucionalidad mercantilista dejadas por el pinochetismo. Todo ello en un Estado desmantelado tras el saqueo de los grandes grupos económicos que todos los días dejan de manifiesto que lo único que cuenta es el poder del dinero.
La protesta masiva se extendió también contra la codicia y el lucro fomentados por la oligarquía, determinante en la sociedad chilena. Los que ayudados por las estructuras pinochetistas siguen siendo los dueños de Chile, inducen leyes de acuerdo a sus intereses y explotan a los trabajadores, han convertido las conquistas sociales en mercancías y hacen y deshacen a su amaño. Por eso la protesta fue generalizada.
Se acumularon la rabia y la impotencia causadas por los padecimientos, las frustraciones y los resentimientos de vastos sectores de la población, de los que cayeron en la pobreza por el modelo pinochetista y de los muchos que tienen conciencia de clase. Todo esto fue detonado por el alza de los pasajes del Metro de Santiago decretado por un "panel de expertos" alejados de la realidad: los primeros en reaccionar fueron los alumnos del Instituto Nacional con una evasión masiva del pago de pasajes, lo que fue el punto de partida del estallido.
24 horas antes el entonces presidente Piñera, sin noción alguna de los dolores de los pobres desde su pedestal de 3.000 millones de dólares había formulado declaraciones a la prensa que traducían su desconocimiento de la dura realidad de todos los días. En esa ocasión el presidente - empresario aseveró que Chile "es un oasis de paz y tranquilidad en el continente".
A gran distancia de esa palabrería hueca se produjo el despertar del pueblo que apareció sorpresivamente en las calles, en forma espontánea y con una admirable masividad. Era un descontento sordo acumulado a lo largo de décadas de sumisión a un modelo de desigualdades sin duda el más extremista del mundo y sin ninguna proyección política. Allí no hubo tutelaje ni intervención de los desacreditados partidos de la casta política nacional.
El rechazo al alza tarifaria del transporte público se transformó en una protesta global contra la profunda desigualdad, los salarios y pensiones miserables, la salud y la educación convertidas en mercancías, la falta de oportunidades al buscar un empleo estable, etc. Se sumó a ello la colusión de los empresarios para subir artificialmente los precios y el forzado endeudamiento de la población.
La administración piñerista envió a carabineros y militares a una violenta represión de los millones de manifestantes, y se debió lamentar una treintena de víctimas fatales. A la vez, hubo miles de personas heridas, mutiladas y abusadas. 2 de ellas que recibieron proyectiles policiales en el rostro quedaron con ceguera total y sobre 400 sufrieron la pérdida de uno de sus ojos. Como siempre, los muertos y heridos los puso el pueblo: no se registraron bajas entre el personal uniformado que desató el terror.
Los disturbios y saqueos que se produjeron por parte de una minoría entre millones de hombres y mujeres que protestaban se explican por su situación de absoluto abandono al cabo de tantos años. En todo caso, la violencia popular nunca pudo compararse con la del Estado neoliberal y sus aparatos fuertemente armados.
Tradicionalmente la derecha ricachona, sus políticos, sus medios de comunicación y los ganapanes a su servicio han rechazado las movilizaciones de la gente desposeída. Le molesta ver tanto roterio en las calles porque teme que le puedan arrebatar alguna moneda y suelen "confundir" a los pobres con delincuentes, sosteniendo que deben ir a parar a la cárcel que sería su único destino, según su estrecho criterio. No faltan los candidatos de las próximas elecciones que dicen que su único objetivo es contener al octubrismo.
Al cumplirse 5 años del estallido social, la desidia y el desinterés de la casta política conservadora deriva en que nada haya cambiado y en que la ciudadanía no haya alcanzado las condiciones que le corresponden. Las estructuras neoliberales permanecen intactas y sus mentira se repiten a diario, incluyendo la presunta "encuesta" publicada a comienzos de octubre en que la mitad de los chilenos ve a ese movimiento popular en forma negativa y lo califica de " malo" o "muy malo", tal como lo pretenden la derecha y el facismo.
Las aspiraciones del pueblo, no obstante, siguen intactas. Sus necesidades continúan sin solución, las condiciones imperantes no han cambiado, todo sigue igual y no se descarta la posibilidad de un nuevo levantamiento callejero, más temprano que tarde.
Hugo Alcayaga Brisso
Valparaíso
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