Autor: HUGO ALCAYAGA BRISSO
La copiosa crónica roja, la sucesión de hechos delictuales cada vez más osados y la aparición de bandas de narcotraficantes integradas por jóvenes sin otra alternativa, son razones más que suficientes para que las autoridades comiencen a atender con premura las apremiantes necesidades sociales de la población porque allí está el origen de la crisis de seguridad pública que se agudiza en el país: no hay indicios, sin embargo, de que vaya a haber un cambio del sistema político y económico que genera esta desgracia.
El presidente de la Republica tiene en su agenda giras internacionales que lo llevan a otros continentes, es recibido por líderes mundiales y en Chile participa en asambleas del gran empresariado de la producción, el comercio y la industria, pero no se sabe que se haya reunido con trabajadores, pobladores, cesantes y endeudados, quizás no dispone de un informe adecuado de sus ministros y todo ello está permitiendo una distorsión del duro día a día que padecen las grandes mayorías.
Pareciera que mientras más se ocupa de tocar la tecla equivocada – por presión de terceros – destina recursos y respaldos a Carabineros, la Subsecretaria de Prevención del Delito y el plan “calles sin violencia”, La Moneda se abstrae de considerar los inesperados acontecimientos que con frecuencia conmocionan a la opinión pública.
El caso de medio centenar de departamentos de dos edificios (Kandinsky y Miramar) hoy deshabitados por la amenaza de gigantescos socavones, que fueron robados en el sector de Cochoa, en Reñaca, Viña del Mar, es emblemático. Los ladrones ingresaron como Pedro por su casa, recorrieron todos los pisos, actuaron con violencia y destrucción, y se llevaron todo lo que pudieron no se sabe cómo.
Los robos se produjeron durante horas y quizás días por desconocidos que dispusieron de todo el tiempo del mundo, sin apuro y sin que nadie los molestara. Se estableció que los delincuentes entraron por la parte posterior de los edificios mientras que sus ocupantes habituales tenían prohibición de ingreso por el riesgo que ello significa. Lo anterior en un perímetro de “seguridad” determinado por la autoridad pertinente.
Lo concreto es que el saqueo, por millonario monto, sucedió y hay 46 propietarios que lamentan las consecuencias, sin poder ir más allá. Se trata del robo de mayor magnitud en cantidad de departamentos en la historia de este país, reclaman los afectados. Agregan que el desastre ha sido total, desde la aparición de los socavones y todo lo que vino después.
Acometer contra la ola de delitos que son perpetrados a diario y contra el crimen organizado – legado de la dictadura – constituye prioridad uno del actual gobierno, que prefiere quedarse con la represión y la cárcel, sin profundizar en las raíces de lo que ocurre. Si no cambia el enfoque, claramente los resultados seguirán siendo los mismos, como el de Reñaca. No obstante, el modelo de desigualdades llamado neoliberal, permanece indeleble.
Con paciencia todavía hay quienes esperan un amplio plan de seguridad social en favor de los sectores vulnerables a través de una democracia plena que signifique la restitución de los derechos ciudadanos y oportunidades para todos. Por ahora solo sobresalen calamidades como la pobreza, las desigualdades, la tardanza en la generación de empleos formales con salarios dignos y la frustración del pueblo, invisibilizado desde hace 50 años.
La pobreza es una impresentable violación de los derechos humanos. Nadie puede aspirar a mejores condiciones de vida si no dispone de un trabajo estable, seguro, decentemente remunerado, lo que en este país parece cada vez más difícil. A la mezquindad del modelo socioeconómico aún vigente, se suma otro factor: la crisis sanitaria del Covid que golpeó a todo el mundo y obviamente a Chile. Aquí la desigualdad imperante dificulta la erradicación de la pobreza y sus consecuencias.
Hay menores de edad y adolescentes que figuran desde muy temprano en los partes policiales porque en lugar de estar en un liceo o escuela incrementan la masiva deserción estudiantil y forman parte de grupos que prematuramente han empezado a delinquir por necesidad. Se calcula que en la actualidad en Chile hay un millón de jóvenes que no estudian ni trabajan, doloroso drama del cual la política tradicional se desentiende.
Que las personas que están en edad y condiciones de trabajar, solo alrededor de un 33% posee un empleo formal y seguro en tanto el resto se las arregla como puede y ocasiona una emergencia laboral hasta ahora no reconocida. La tasa oficial de desocupación sigue subiendo y aumentó a un 8,9% en el trimestre julio-septiembre. El trabajo por cuenta propia es el único que avanza y gana terreno, en la medida que los despidos van en aumento aun después del tiempo más crítico de la pandemia. Con la ocupación informal, sin embargo, se corre un riesgo porque no hay contrato de trabajo ni se cuenta con las condiciones socioeconómicas pertinentes, no hay ingresos fijos ni beneficios a fines.
Mientras Carabineros celebra que se le entreguen valiosos equipos robóticos y que la institución avance 10 años en tecnología, la delincuencia continúa escalando y la gente parece comenzar a vivir en un Estado policial. Los cuantiosos recursos que proporciona el gobierno para seguridad no alcanzan para detener los homicidios en la vía pública, las frecuentes balaceras de bandas rivales, los robos a domicilio ni encerronas ni los portonazos, y ni siquiera los saqueos en los socavones porque el camino es otro.
En este país en que las determinaciones las toman solo aquellos que poseen mucho dinero, la delincuencia es un modo de explosión social que se produce contra el sistema que privilegia a unos pocos que se han apoderado de la riqueza y que pretenden mantener el poder político de la nación. Por ello es prioritario el cambio del sistema político y económico: el cambio tiene que ser estructural, y Chile debe ser capaz de construir una sociedad que rescate los mejores valores humanos, no los antivalores que hoy prevalecen.
Mientras ello no ocurra, Chile seguirá convertido en un país de ficción neoliberal que esta desfigurado, no avanza, se contrae, no crea expectativas y mantiene en la incertidumbre a un pueblo que vive con temor.
Hugo Alcayaga Brisso
Valparaíso
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