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Autor: RICARDO CANDIA CARES



Algún memorioso recordará cuando el actual presidente Boric blandía la amenaza crucial: aquí nació y aquí va a morir el neoliberalismo. O cuando amenazó con perseguir a Piñera por su responsabilidad en la criminal represión. O la convicción de la jotosa Camila Vallejo: cambiaremos el paradigma en la educación.

Ni fu ni fa.

A poco andar Gabriel Boric debió aterrizar sus hormonales impulsos izquierdosos por la deprimente vía de darse cuenta de que una cosa es el gobierno y otra es el poder. Y que para cambiar las cosas se requiere gente que quiera cambiarlas.

No basta con decirlo.

Y como enseña la experiencia, el voluntarismo irresponsable cruzado con la falta de una consigna que ordene, jamás ha servido para nada que no sea retroceder.

O, lo que es lo mismo, para gobernar para tus detractores y enemigos.

La falta de una lectura adecuada de la historia reciente, en la que de común lo que se repiten son los errores, y el asumir un compromiso político con los desheredados del país importa un pensamiento que va mucho más allá que la simple disputa por la alternancia en el gobierno, y como gallito de pelea salir al ruedo solo con patas y buche.

Ya no digamos del poder, que ese se cuida solito.

El poder es un problema de fuerza. Para la derecha, será la del Estado, las policías, las fuerzas armadas, y las que prodiga el dinero y las iglesias funcionales a los poderosos.

Para el pueblo la cosa es algo más compleja: se requiere un pueblo movilizado, organizado, disciplinado y politizado, con clara conciencia de sus obligaciones, con la fe puesta en sus esfuerzos y con líderes de cojones bien puestos.

Y para decir las cosas como son, en esta pasada en la que se abrieron tantas expectativas de un pueblo abusado y vuelto a abusar, de ese pueblo, organizado y lúcido, ni luces.

Mucho menos de esos líderes ni de sus cojones.

El acceso al gobierno del equipo de Gabriel Boric fue por una puerta más o menos administrativa. La gente que votó por él no se alineó detrás de una bandera, una consigna o una causa en la que Boric fuera el símbolo. Como sabemos, fue electo por el miedo a la ultraderecha personificada en sujetos turbios y en extremo peligrosos.

La gente ha demorado en desafectarse de un gobierno que pudo haber sido y no fue. A poco andar, y cuando comenzó a cundir el pánico del no tener idea ni como, el aparato de conducción política fue entregado gratuita y desesperadamente a los restos de una Concertación que boqueaba sus últimos estertores y que en palabras del propio Boric, eran lo peor de lo peor.

En poco tiempo la cosa fue gobernar con un ojo puesto en la derecha, para luego hacerlo con todo el resto de la biología.

Ya Piñera no es un violador de derechos humanos al que había que perseguir: es un colega al que hay que considerar en los recovecos de la buena educación y la cosa republicana. Ya el TPP 11 no era una herramienta de depredación y pérdida de soberanía.

Ya Dominga no es tan malo si se mira bien y el tren a Valparaíso, ¡santa paradoja!, no llegaría a Valparaíso para no molestar a los camioneros.

Y fue un error indultar a quienes se mantiene presos injustamente por los hechos de un ya lejano 19 de octubre.

Suena molesto y duro: para orientar su gestión en la dirección estratégica de durar cuatro años, el gobierno de Gabriel Boric no deja de mirar a la derecha la que se ha transformado en la vía para que las cosas se hagan a su imagen y semejanza: no hay ley que no se haya negociado con ese sector. Ni hay opinión de sus más importantes líderes que no haya sido considerada por el Equipo Político de Palacio.

Digamos que este es el retroceso más importante de la causa del pueblo luego del golpe de Estado de 1973. En esta pasada va a costar pararse y recuperarse de la pérdida de la poca fe que ya había.

Por el abandono que ha hecho la izquierda de la causa de los explotados, vilipendiados, despreciados, ninguneados, se ha creado un izquierda de la boca para afuera que asumió la causa antineoliberal por la vía de perfeccionarlo.

Vea el monumento al expresidente Patricio Aylwin. Todo lo que la gente no quiere, reducido a una mole de bronce y hormigón, saludada y homenajeada por el otrora chascón dirigente estudiantil que tuvo con ataque de nervios al sistema.

Y que ahora corre con paso diligente y apretujado a defenderlo.

Si hubo un gobierno inútil y que se debió ahorrar la molestia, fue el segundo de Michelle Bachelet. Pero este lleva todas las palmas: importa un retroceso en lo que se pudo haber avanzado en los últimos diez años porque hirió casi de muerte la poca esperanza que aún quedaba luego de tanta derrota.

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