Autor: HUGO ALCAYAGA BRISSO
En carta enviada a la viuda del empresario Sebastián Piñera, quien estuviera al frente de La Moneda en dos mandatos y falleciera en fecha reciente, el ex presidente de la República, Ricardo Lagos Escobar, señala su decisión de no asistir a los funerales de Estado organizados por el gobierno en razón de que está retirado de la vida pública, como lo diera a conocer días atrás.
A fines de enero el ex mandatario PS – PPD y quien fuera líder de la desaparecida Concertación, había comunicado su retiro junto con expresar que “comienza un periodo de transformación en mi forma de contribuir desde un espacio más íntimo, atento siempre a los desafíos que Chile y el mundo tienen por delante”.
El caso del veterano político Lagos Escobar (85) no es único en Chile, pero por su condición de ex jefe de Estado hace ruido, llama la atención y constituye noticia para las cúpulas de las menguadas filas partidistas alejadas de las verdaderas necesidades y las reales demandas ciudadanas.
El pueblo nunca votó por Lagos ni aun en su elección como presidente de la República a comienzos de este siglo. La gente se pronunció por lo que decían las apariencias: un militante socialista que venía a retomar el gobierno popular del presidente Salvador Allende, lo que pronto se aclaró que ello no ocurriría.
“Socialista” pero renovado, emblema de los conversos y de gran habilidad retórica para soslayar sus convicciones privatizadoras, desde La Moneda llevó a cabo un proyecto pro empresarial montado sobre la base de los postulados de la social democracia que sorprendió a sus propios partidarios. Sirvió con vocación a los dueños del dinero, los grupos económicos y el gran empresariado, esto es, la minoría que concentra las riquezas e impone las desigualdades.
El mundo allendista no olvida el agravio del 11 de marzo de 2000, cuando Lagos asumía el poder y era una esperanza socialista para el pueblo. Mientras la muchedumbre coreaba con insistencia el nombre de Allende, el nuevo mandatario parecía no escuchar y optó por salir del paso evitando cualquier alusión a quien fuera el líder de la Izquierda y se refirió a él solo como “el que murió aquí, en La Moneda”…
La omisión del estadista derrocado por las armas fue permanente en ese gobierno. Tampoco se habló en ese tiempo del ejemplo legado por Allende, su consecuencia y el proceso revolucionario que encabezaba, el que quedó a medio camino por la sublevación de las FF.AA. a las órdenes de la oligarquía criolla y el imperio norteamericano.
Lagos ya había dado una patética voltereta en su trayectoria política. Era la antítesis de la figura emergente que el presidente Allende estuvo a punto de designar embajador en Moscú y no tenía relación alguna el joven pleno de valores que había asomado con “La concentración del poder económico” ni con el dirigente opositor que en plena dictadura apuntó con un dedo a Pinochet desde las pantallas de televisión.
Salvo la arrogancia del presidente y su facilidad para alcanzar consensos con la ultraderecha, no hubo otra señal distinta en aquel tercer periodo consecutivo de la Concertación en La Moneda (2000-2006) no se le recuerda por nada significativo que alterara la institucionalidad pinochetista, no hubo espacio para cambios o reformas sustanciales y las políticas públicas estuvieron orientadas a robustecer los negocios privados. A la vez, se desperdició la oportunidad de convocar a una Asamblea Constituyente y redactar una Constitución democrática.
Gobernando de la mano de las transnacionales, la soberanía patria terminó por desaparecer. En una visita a Estados Unidos, Lagos se comprometió con Rockefeller y otros multimillonarios a no modificar los tributos de los inversionistas norteamericanos en la gran minería del cobre y concretó un blindaje tributario en su favor. El tratado de libre comercio que firmó con el imperio yanqui fue otro golpe a la soberanía nacional.
Con ligereza este seudo socialista admirador de los grupos económicos, grandes inversionistas y hábiles especuladores acuñó en su mandato la expresión “crecer con equidad”, que no salió del papel. La lógica neoliberal se mantiene: si la economía crece se concentra en las minorías opulentas; si se contrae, los efectos los asume la ciudadanía.
Para la gente común y corriente hubo medidas deplorables, como la implementación del Transantiago. No le fueron en zaga el sistema de concesiones y los créditos en la educación superior, que endeudaron a miles de familias. El MOP Gate y los sobresueldos abrieron las compuertas de los escándalos en la era concertacionista y del descrédito de la clase política.
Lejos de las aspiraciones populares, Lagos fue un conciliador con los poderes fácticos y no se preocupó mayormente de las violaciones de los derechos humanos en dictadura que estaban pendientes. En su periodo presidencial hizo construir Punta Peuco, recinto especial para los militares condenados a la cárcel por delitos de lesa humanidad y que funciona como hotel de primera categoría. Favoreció la impunidad al manipular el informe Valech y silenció por 50 años los nombres de los hechores uniformados.
Tras dejar el poder Ejecutivo Lagos pasó a figurar en diversos escenarios internacionales proclamando el capitalismo que lo identifica, acompañado por rostros reaccionarios y financiados por poderosas instituciones bancarias. Transcurridos algunos años pretendió volver a postularse a la presidencia, pero la escasa adhesión que mostraban las encuestas – 2% ó 3% - le hizo retirar su precandidatura, y la explicación es sencilla: no todos los chilenos tienen mala memoria.
Hugo Alcayaga Brisso
Valparaíso
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